ÁNGEL GARCÍA / @angarcialvarez

Después de varios meses Ángel García, nuestro ‘virginiano por el mundo’, nos cuenta parte de su ‘Road Trip’ por Norteamérica.

¿Una quimera o un mito? ¿Un deseo o una fabulación? ¿Un sueño o un delirio?… Estados Unidos, una máquina engrasada donde todo funciona perfectamente, sin despuntarse. Donde se sostiene lo emocional a base de trabajo, de horas de tajo en sociedad que llevan al consumismo. Donde las utopías muchas veces dejan al lado su componente fantástico para hacerse un hueco en la realidad.

En el país de los objetivos, de las metas a cumplir, la base anímica es la que alimenta el día a día, la que insufla energía a raudales en la abundancia del esfuerzo, un torbellino sustentado en nóminas, salarios, horas extra, pluriempleos… todo se ciñe a un mundo laboral cercenado.

Así ha discurrido un año que ha sido, por momentos, mucho más de 365 días –ha sido bisiesto-, donde mis horas se imaginaban de más de sesenta minutos, donde la vida es más vida aunque a veces cueste entenderla. Y, en familia, no es tu vida, es la de ellos, sobre todo de los hijos, los que más sufren el cambio en un mundo tan diametralmente opuesto al europeo. Piensas, a menudo, en la civilización, en la tecnología, en las similitudes tan alejadas cuando aterrizas a tanta distancia de una actitud cosmopolita asociada a las películas. Por eso, este año ha supuesto una bofetada a los prejuicios, ha colocado en su sitio valores que intuía en otros lugares, y me ha hecho descubrir, con el paso de los meses, muchos aspectos que inducen y deducen a este país como el más grande, el más cimentado de valores –los suyos- que, con el tiempo, aceptas y compartes.

En Tulsa, Oklahoma, casi en el centro de su territorio, vivir, al principio, fue sobrevivir. Una supervivencia al rojo vivo, sopapos de desesperanza a menudo peleados por pequeños logros, realidades que se difuminaban a menudo y que encontraban forma algunas veces a la vuelta de la esquina. Con todo ello, ha sido el año. Mayúsculo, estresado, con aristas. Si tuviéramos que evaluarlo –acostumbrados estamos Noelia y yo a ello laboralmente- no encontraríamos calificaciones. Un sinvivir por momentos, ese sindiós sin brújula que te hace estar perdido… hasta llegar a sacar la cabeza ante pequeñas metas sobrepasadas.

Esa ha sido la vida, nuestra y tan nuestra, y de muchos en otros lugares. Salir de la zona de confort, con un trabajo asegurado en España, arriesgarse a vivir para ir superando obstáculos, amanecer de los sueños para hallarse, a veces, en una ficción que protagonizábamos. Por eso ahora os cuento nuestro road trip, ese viaje en coche que nos ha servido para saber  mucho más de lo que muchos conocen y de lo que otros menos anhelan. De ahí, cruzarse en tres semanas 13 estados –recuerden que aquí cada estado es como un país-, 9000 kilómetros parando en lugares tan insospechados como deseados. Del centro del país, al Norte, al Oeste, al Pacífico, a las Montañas Rocosas, a las llanuras texanas y de Oklahoma… un aventura en un coche de alquiler, con la gasolina a precio de lata de refresco, con los críos en el asiento trasero tachando millas, sintiéndonos, los García-Pérez, dioses sin horarios.

Tulsa- Kansas City-Leon-Winterset-Sioux City (Oklahoma, Kansas, Missouri, Iowa): Cruzar el centro de EEUU exige serenidad y gasolina a partes iguales -se intuye la paciencia ante las largas rectas- en una llanura verde y ámbar en función de las riberas de los grandes ríos. El maíz de los campos y los armadillos atropellados a las orillas del asfalto marcaron una etapa donde la ilusión ante el reto y el espíritu de aventura nos aguantaron al volante. Planteamos la etapa en pequeños tramos; desayuno en Iola, antes de Kansas, donde comimos unos donuts estupendos –casi todos en USA son tremendos-, antes de cruzar la capital Kansas City camino ya del estado de Missouri. Queríamos llegar a Winterset (Iowa), el lugar donde se grabó ¨Los Puentes de Madison”, la película de Clint Eastwood y Meryl Streep, y lugar de nacimiento de John Wayne, ícono de las películas en blanco y negro que recorrieron nuestra infancia. Por el medio, peajes baratos y autopistas antes de comer en un bar de carretera en Cameron donde éramos el centro de atención (se acumularon en muchos lugares esas preguntas ante unos europeos que se imaginaban perdidos por lugares recónditos del país). Tras comer, mi sentimiento leonés obligaba a visitar Leon –sin acento-, un pequeño pueblo de poco más de 5000 habitantes con siglo y medio de vida al sur de Iowa. La llegada a Winterset, cuando casi caía el día, fue providencial. Descubrir los puentes reales que consolidan la película, esos ensamblajes cuyas peculiares cubiertas son sus señas de identidad, esos caminos a las orillas de esos riachuelos cubiertos de graneros y cobertizos… hasta alcanzar el centro del pueblo, y las imágenes de John  Wayne y las fotos en los bares de los actores durante el rodaje, y comer enfrente del lugar de nacimiento del actor más fiero de las pelis de vaqueros, en el Rodell´s Smokehouse, unas costillas con salsa casera de barbacoa impresionantes mientras la dueña, que apenas sobrepasaba las treintena, te cuenta su vida, con sus ocho hijos –seis varones y dos hijas-, con sus recuerdos de Meryl Streep durante el rodaje… Lástima tener, a tres horas, el hotel reservado en Sioux City, un lugar de descanso que vive pegado entre tres estados –Nebraska, Iowa y Dakota del Sur-. Se hizo interminable el trayecto; anocheciendo hasta la extrema oscuridad, por una autovía en obras, con un carril y apenas iluminación, sin coches, sin cobertura… sentimos miedo de pinchar y estar en medio de la nada. Una vez aterrizados el sueño nos alcanzó para madrugar camino del siguiente tramo.

Sioux City- Sioux Falls-Salem-Badlans-Rapid City-Keystone (Iowa-Dakota del Sur): Más de quinientas millas con Mount Rushmore en la diana. El Monte Rushmore es un lugar con una montaña, lógicamente, en una cuya parte elevada aparecen labradas los rostros de casi veinte metros de cuatro de los más importantes presidentes que ha tenido el país; Washington, Jefferson, Lincoln y Roosevelt. Pero llegar supuso más de quinientas millas –más de 800 kms- cruzando el río Missouri o el Parque Nacional de Badlands, un descubrimiento inesperado. Tras despertar con sosiego y sin prisas comenzamos a quemar rueda hasta llegar a Salem, un recóndito lugar en fiestas donde no había nadie por las calles. En el Kathy´s comimos a media mañana, casi en horario americano, unas burguers de esas que cocinan a fuego lento, por el sabor y la presencia. Los lugareños, de nuevo, se asomaban a los interrogantes de la duda ante la presencia de españoles, no hispanos, por un lugar donde ni los que se han ido tienen ganas de volver. En pleno proceso digestivo regresamos a la Interestatal 90 para señalar en el mapa –muchas veces el gps del móvil se quedaba sin final- los 500 kms que nos quedaban, ya sin intención de parar… hasta que vimos que íbamos sobrados de tiempo cuando divisamos un cartel que nos señalaban las Badlands, un Parque Nacional que no teníamos en nuestro plan. Llegar fue impresionante. Vivir la vida en el hogar real de una familia, los Brown, del que han hecho un museo etnográfico de cómo era la vida hace siglo y medio en aquel paraje con tan poco, un secarral con perros de las praderas, como llaman a un pequeños animales, mezcla entre topos y ratas grandes, que asoman curiosos ante el forastero. El gobierno de entonces hacía pagar 50 centavos por acre –más o menos media hectárea-. Si el arrendador se iba antes de cuatro años, perdía el dinero. Si se quedaba más de esos años o moría en ese lugar, él o los herederos adquirían en propiedad esas tierras a ese precio estipulado. Una forma de colonizar unas tierras de secano propicias únicamente para cereal y pasto del pobre. Curiosa historia que anticipa los Badlands, unas pequeñas mesetas horadadas en la tierra formando capas de colores, limitando la reserva india de Pine Ridge, cresta de los pinos o cordillera con pinares, en su traducción literal.

Un par de horas después, logramos llegar a Keystone tras atravesar Rapid City, la ciudad más importante al oeste del estado de Dakota del Sur. Keystone es un lugar completamente turístico que vive de los visitantes que llegan a visitar el Monte Rushmore, un emblema en el orgullo nacional de un país que bebe hasta emborracharse de un sentimiento patriótico que envidiamos cada día más. La ceremonia nocturna que tiene lugar a los pies de la montaña se presenta como un ejercicio de fidelidad a los valores que representa el país. Construidos los rostros entre 1927 y 1941, la historia es contada por un policía forestal de los parques naturales con una mezcla de orgullo y lealtad al país que pone la piel de gallina, sobre todo cuando se produce la bajada de la bandera nacional del mástil, con la presencia de todos los soldados veteranos presentes en el acto –más de un centenar entre los asistentes-. Las luces y los aplausos sostienen un acto del que muchos españoles deberíamos tomar como ejemplo.

La tercera etapa será contada esta misma semana. Saldrá de Keystone dirección el Parque de Yellowstone, donde el Oso Yogui buscaba en aquellos dibujos animados de nuestra infancia cestas de comida bajo la conciencia vigilante de su amigo Bubú. Eso sucederá ya por Wyoming, en plenas Rocosas, la Cordillera que cruza el Oeste del país. Por eso, esta semana más. Posteriormente cruzaremos el sur de Montana hasta llegar Idaho Falls. Pero eso, en el próximo texto.

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