Después de varios meses Ángel García, nuestro ‘virginiano por el mundo’, nos cuenta la cuarta parte de su ‘Road Trip’ por Norteamérica.

Tras alcanzar el Pacífico, tocaba regresar. Eran fechas que cumplían más que el ecuador del trayecto, suponían muchos días de calendario asidos al volante, con paradas intermitentes y pocas fondas. Regresar significaba decir adiós a ese sueño que, desde nuestro punto de partida peninsular, habíamos puesto en la diana. Habíamos conocido lugares emblemáticos; Chicago, Saint Louis, Mount Rushmore… y, aunque aún nos quedan muchos, visitar ese San Francisco cosmopolita que soñábamos de las películas supuso un punto de inflexión en la percepción de un país que es más en sí mismo de lo que la gente idealiza. Así, el regreso se hizo superlativo en tiempo.

Debíamos alcanzar Ogden, nuestro descanso mayúsculo, en apenas un día, por lo que impacientamos aquel tercer día para acercarnos a la otra parte de los muelles de la ciudad de la Bahía antes de visitar Alcatraz –ya os conté en el anterior post nuestras impresiones-. Emprendimos la vuelta hacia Reno, en Nevada, a media tarde, cruzando Sacramento, capital de California y cruzando bosques frondosos siempre en sentido ascendente, subiendo del nivel del mar a esa meseta interior en la que se sustenta Nevada. El Lago Tahoe, un clásico de los campistas norteamericanos, nos quedó a una orilla nocturna que solamente nos dejaba divisar neones, una contaminación lumínica ante la que apenas se hace nada en estas tierras –el Protocolo de Kioto a todos los niveles, para ellos, es papel mojado-. Alcanzamos, ya entrada la noche, Reno, un lugar de nuevo donde las luces de casinos y clubes de barras fijas y contorsionismo marcan la vida nocturna. Mismo hotel y descanso pensando en llegar al día siguiente al estado de Utah.

Recorrer Nevada en coche, por carreteras diáfanas, con cumbres que aún tienen restos de nieve en sus cimas, es un suplicio. Poco que mostrar cuando ni hay ganas ni motivación. Sólo descubrir una ciudad, Elko, con una colonia vasca de segunda y tercera generación, donde pudimos saborear tras mucho tiempo chorizo y comida con materia prima española. Un pueblo de esos que ha crecido en el paso como lugar de descanso, sin demasiadas expectativas, con gasolina barata, mucho motero –había una convención de Harley- y un casino con hotel de lujo. Poco más para que destacara este viaje en un día de trámite.

Ogden-Colorado Springs-Trinidad-Amarillo: No queríamos despedirnos de esta ciudad de Utah, del hogar de Jon y Elena, sin haber tratado de descubrir más de la zona. Hicimos millas, recorrimos lugares, nos movimos por la capital Salt Lake City… y compramos aceite de oliva de España, doblando el precio de nuestro país, pero producto nacional. Medio maletero de botellas. Recuerdo de los Smith, una cadena de supermercados del estado. Nos dio tiempo para ir haciéndonos a la idea de la despedida de un gran viaje, pero aún nos quedaba más. Hicimos planes para buscar lugares por las ciudades que nos esperaban en el viaje de vuelta y planteamos algo menos de una semana con más descanso, sin menos agobio aunque, a la larga, algunas cosas se torcieron.

Sobre todo tras dejar Utah y entrar en el estado de Wyoming, por autovías por las Rocosas por encima de los 1500 metros de altitud, con tráfico pesado… y una luz en el panel de control que nos hizo temblar. Más de 600 kilómetros con una luz que nos obligaron a realizar llamadas a la empresa de alquiler hasta que nos derivaron a Cheyenne, capital del estado, muy cerca de la frontera de Colorado. Sin respuestas nos invitaron a llegar a Colorado Springs, lugar donde teníamos el hotel, donde había más opciones de arreglar el problema. Fue Cheyenne una ciudad curiosa. Nuestra estancia fue breve, apenas un par de horas, pero nos sirvió para ver una ciudad con una notoria historia de nativos americanos de la tribu del mismo nombre. Por cierto, toda la ciudad estaba decorada con botas de cowboy gigantes con colores muy llamativos. Pero fue un espejismo pues continuamos nosotros y la luz del panel de control camino de Colorado Springs, bordeando Denver, capital estatal, con un tráfico horrible y un inicio de tormenta. A la derecha íbamos dejando las Rocosas, con pistas de esquí conocidas internacionalmente, antes de llegar a nuestro destino, lugar con mucho peso en el país porque se encuentran buena parte de los cuarteles de los militares, tanto del ejército de aire como de las fuerzas especiales. Además, el Jardín de los Dioses o los Pikes Peak quedaron de lado ante nuestro problema del coche. Habíamos cenado la noche anterior en un restaurante mediterráneo, pero poco español, más cerca de la gastronomía griega e italiana, entre una tormenta de las de aquí, de las que asustan, de las que te asoman a un precipicio de dudas. Dos horas cayendo agua bestialmente… sabiendo que al día siguiente teníamos cita para arreglar el coche. Y ahí llegó el problema. Desde las 7 de la mañana hasta las 11 en el taller. Adiós al plan turístico por la ciudad. La cita nocturna con la familia Gleason en Amarillo (Texas), una de las familias que nos han hecho sentir parte de ellos en este país, nos obligaba a salir marcando rueda hacia Texas, cruzando New México, pero antes, otra sorpresa en los límites estatales, Trinidad. Nos pensábamos descubridores de un precioso lugar, un pequeño pueblo con un número de habitantes no superior a 7000 pero con una historia latente que solo conocen los interesados; es el lugar número 1 del país donde se realizan las operaciones de cambio de sexo. Nosotros comimos de forma espectacular, paseamos por una ciudad que mantenía esencia del lejano oeste… sin saber nada. Hablando con mi amigo Jim, aquí en Tulsa, me comentó la importancia de Trinidad para los transexuales. En fin, otra anécdota más en un viaje que continuó por New México, asistiendo a nuestra izquierda al volcán Capulín, con un camino que lleva al cráter con recuerdos al Vesubio, por sus pistas circulares, hasta alcanzar las llanuras de Texas.

En Amarillo, la ciudad más grande al oeste del estado, llegamos para cenar no sin antes perdernos hasta cinco veces por las obras de las carreteras. En el Big Texan, un lugar recomendable para comer en cantidad una carne estupenda, nos esperaba Dan y Karen Gleason, con la mesa reservada, para cenar al ritmo de música country, con sombreros vaqueros para los niños ante el espectáculo de un sujeto, en un púlpito, que debía comer un chuletón de más de dos kilos junto a  todos sus acompañamientos. Un cubo, al lado de la mesa, le sirvió para evacuar sus vómitos cuando claudicó. No todos lo logran y pagó. Es el escarmiento público al que no lo consigue. Con el estómago lleno nos fuimos para el hotel esperando el plan turístico que nos habían preparado para el día siguiente; Cadillac Ranch fue la primera parada. Un lugar en la Ruta 66 con varios cadillacs enterrados en el suelo donde los visitantes pueden sentirse los reyes del grafiti. Los niños, por supuesto, los que más disfrutaron. Para mí, un retroceso a la infancia, a la gamberrada sencilla sin pensar en romper reglas. A media mañana nos quedaba el principal reclamo de la ciudad; Palo Duro Canyon, el segundo cañón más importante del país, tras el de Colorado. Una ruta en coche, fotos y a pensar en el regreso a Tulsa para dormir. Toda la vuelta fue por la Ruta 66, parando en lugares emblemáticos de Oklahoma… pero ya no había tiempo para más. El cansancio de tres semanas recorriendo el país, con más de 8000m kilómetros al volante había hecho el resto. Quedarán en nuestra memoria trece estados conocidos, grandes parques naturales, lugares de ensueño y deseos realizados. Un colofón magnífico para un año que, pese a estos viajes, ha sido muy duro. Un cambio de vida, de horarios, de forma de afrontar las cosas, de sentirse ostentoso en tu orgullo por ese afán de superación que nos ha mantenido y sustentado. Valientes de serlo al romper la comodidad que nos alimentaba en España. Una prueba superada con nota, sobre todo para los niños.

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