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Descubriendo Norteamérica (2)

Después de varios meses Ángel García, nuestro 'virginiano por el mundo', nos cuenta la segunda parte de su 'Road Trip' por Norteamérica.

Después de varios meses Ángel García, nuestro ‘virginiano por el mundo’, nos cuenta la segunda parte de su ‘Road Trip’ por Norteamérica.

Duele imaginarse un país en su extensión. Como un sueño de esos en los que nunca terminas de abarcar las distancias, en mapas en los que se asoman los nombres como piezas de puzzle buscando espacio vital; pulsaciones de vida, pulsiones de emociones.

Algo gana sustancia, mental fundamentalmente, cuando enfilas las horas al volante, cuando se ciñen tus manos a una forma que encuentra acomodo sumando millas al cuentakilómetros, viendo pasar paisajes que difieren un mundo de las presunciones. Por eso, exhibirse como europeo por lugares alejados del glamour del turismo de oficina puede parecer tan osado como místico. Y, cuando viajas con niños, a la aventura le falta un revólver –algo que sin problemas se adquiere en este país-, unas botas con espuelas y el cartel de los que cazan recompensas para hacer creíble el guión cinematográfico. Y es ahí donde ganamos. Lo que nos llevamos cada día en las alforjas son historias que bucean en su historia, momentos de esos a los que das importancia en reposo, a fuego lento, como los guisos que absorben nutrientes acumulando horas.

Hoy os presento tres etapas más, desde Keystone, al lado del Mount Rushmore, en el suroeste de Dakota del Sur, hasta Ogden, Utah, lugar donde las Rocosas mecen su descanso al pie del Gran Lago Salado, un lugar donde el sosiego se entremezcla y diluye entre mormones.

Keystone-Edgemont-Casper-Lusk-Shawnee-Casper-Dubois (Dakota del Sur-Wyoming)Nos esperaba un viaje más corto en millas, alrededor de 450 –como 720 kms-, pero largo en tiempo por las condiciones de la carretera, de montaña y de un solo carril durante las últimas 150 millas. No quisimos ir a lo cómodo tirando de autopistas por lo que el rodeo a la salida sur del Mount Rushmore nos permitió anclar paradas en pequeños lugares buscando tiendas de segunda mano –para darle pedigrí aquí se las llamas de antigüedades cuando en la mayor parte venden morralla al peso-. Hasta llegar a Edgemont el viaje se basó en la búsqueda de gasolineras. Repostar implica en estos estados un estudio etnográfico del medio. Suelen acompañar estampas de lo más curioso; barbas detrás de las cuales se esconden tristeza y edad por igual en los rostros donde solo los ojos sostienen  su vista en la cerveza enlatada –en estos estados se permite el alcohol en cualquier recinto-, trabajadores con el hastío de la vida circundante, rutina que fallece por segundos. En Edgemont nos encontramos un paisaje desolador. Una locomotora decrépita y oxidada que en sí mismo era un museo, calles de barro y tierra rodeando a una principal donde se contaban con los dedos de la mano las pickups de los granjeros además de puertas ajadas, rotas, desvencijadas. Salimos sin pisar rueda para no dar la nota tras repostar un café solo y una Pepsi que nos supieron a tesoro. La siguiente parada se intuía ya en Wyoming, tras cruzar la frontera estatal donde no existe marca. Fueron más de cien millas de soledad, sin nada. Vacío, campos sin hambre, amarillos, con la somnolencia de quien no busca por actitud vital. Quique González suena a rabiar en el coche, escarbando asfalto, asistiendo a una soledad que no encuentra descanso. Los pueblos encontrados, tras ese centenar de millas, no dejan nada nuevo. Alguno abandonado, Shawnee, nombre de tribu nativa americana, cuando buscábamos regazo en el viaje. Cuando el sol más le pega decidimos comer. El mapa de carreteras, ante la falta de cobertura, nos hace retroceder de siglo… en Casper, lugar elegido. El bar es de esos en los que la ley permite fumar, en los que los carteles de rodeos para domar animales inundan las paredes, de los que presentan a sus incondicionales con una mirada inquisitoria ante unos extranjeros caídos en su error. Pero el filete de ternera que se comió Darío rompió los esquemas. Mereció la pena gastar allí aquellos 45 dólares que hicieron soñar a nuestros estómagos. Mientras, la veterana camarera intentaba cuadrarnos la ruta a la vez que forzaba una sonrisa, poco habitual en su repertorio, a los críos. Las tres horas que nos quedaban hasta Dubois discurrieron contando las entradas de madera enmarcadas por las que se accedía a los ranchos y con un verde cada vez más verde. La cercanía de las grandes cimas, del olor a nieve, de los riscos, de los avisos de animales salvajes cruzando las vías, de los caballos corriendo desnortados entre el monte que nos acompañaba. Presentarse en Dubois supuso el último paso previo a Yellowstone. Un pueblo minúsculo donde el turismo se asomaba como el paso previo al Parque Natural de Teton –donde han sido grabadas muchas películas del Oeste o Django Desencadenado, de Tarantino- y al de Yellowstone. Destacó el lugar por poco; quizás por un motel con un sistema de ducha peculiar y por beber la mejor agua no embotellada de EEUU hasta la fecha, supongo que por la cercanía de las montañas.

Dubois-Yellowstone-West Yellowstone-Asthon-Idaho Falls (Wyoming-Montana-Idaho): Posiblemente el día más madrugador buscando un desayuno temprano para enfilar Yellowstone. Una hora hasta el parque exigía atarse al reloj para encontrar cuanto antes asfalto y volante. La pena fue perdernos, acabar en Jackson, tras acariciar muchas millas la nieve, algún cadáver de alces o ciervos en las cunetas y coches por cientos. Alguna estampa de ríos caudalosos, por el deshielo, y poco profundos al pie de la carretera sirvieron de descanso antes de encontrar la entrada sur al lugar que para algunos españoles hizo famoso las aventuras de Yogui y Bubu. Cumplimos la idea de ver el parque en un solo día –la verdad es que Noelia y yo no somos mucho de monte, árboles y agua donde, como dice ella, es factible hallar bichos de esos que te dejan su recuerdo por semanas-. Un recorrido por los geiseres más importantes y nada de espíritu aventurero –el día anterior habían fallecido dos personas por adentrarse en una zona peligrosa-. Llama la atención el olor a azufre, el colorido que fluye del suelo, el humo… y los japoneses. Aparecen en manada, a toda velocidad, bajando y subiendo de los autobuses fugazmente, haciendo tres mil fotos con aparatos innovadores para acumular en megas una visita escasa. Como dice Noelia, nunca se ven menos de treinta juntos. Asistir, además, a los dos principales geiseres en su momento de explosión es algo para almacenar en la memoria a largo plazo. Una experiencia increíble. Tras salir del parque por la entrada del estado de Montana, nos acercamos a West Yellowstone, un lugar marcado por el turismo, por las tiendas de camisetas, de souvenirs… Benidorm de montaña con las calles atestadas de puestos. Unas fotos y la promesa de quemar neumático para salir de allí cuanto antes nos llevaron a Idaho, cuya identificación en la economía norteamericana le lleva a asociarse a lugar del cultivo de patatas, el estado patatero. Quisimos cenar de camino para evitar alcanzar Idaho Falls, lugar de destino, con la noche caída.  Y encontramos en un pequeño pueblo de 500 habitantes, Ashton, el Five 11 Main. Su dueña, una rubia estilosa ex miss del estado de Idaho, como nos indicaron posteriormente, nos atendió con una amabilidad asombrosa antes de conocer en la mesa de al lado a una familia que… ¡conocía León!, como suena. Un chico de La Robla que estudiaba en Oviedo había estado años de intercambio en su familia y… suspendió el examen de español. Ese español mexicano tan distinto hizo el resto.  Su enorme amabilidad, a la par de su físico, nos insufló una energía que nos hizo llegar a la ciudad de las cascadas de Idaho antes del anochecer.

Idaho Fallas-Ogden (Idaho-Utah)La etapa más corta del viaje buscando el descanso de un lugar de reposo, Ogden, para visitar el estado de las colmenas, “Beehive State”, Utah. La colmena es un símbolo mormón que representa el trabajo, cumplir cada uno con sus funciones sin salirse de las mismas. El dibujo de una colmena se haya representado de todas las formas posibles en el estado. Antes de acercarse a él nos sorprendió una exposición que visitamos en Idaho Falls sobre el origen del país, su nacimiento, la guerra que sostuvieron por su independencia con los ingleses. Una pequeña ciudad que, como todas las ciudades, tiene la poca historia de haberse construido sobre el lugar donde el Río Snake tiene unas pequeñas cascadas que le dan nombre. Sabiendo la cercanía de nuestro destino quisimos comer de viaje… y descubrimos Chubbuck un lugar donde me comí casi un kilo de hamburguesa. Reconozco que me provocaron con el típico vacile adolescente: que si puedes, que no te atreves, venga, que es mucho para ti… y al final, pues soy de La Virgen y me la comí, con un par y una digestión posterior a cámara lenta. Downey, donde fue lugar de parada del Pony Express, fue el siguiente paso antes de llegar a Ogden, donde habíamos establecido el punto de descanso para varios días en casa de Jon y Elena, buena gente de Salamanca que, como nosotros, participaban del mismo programa del ministerio y nos dejaban la casa a nuestro antojo.

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