ÁNGEL GARCÍA / @angarcialvarez

Ángel, un virginiano por el mundo

No sé por dónde empezar. Me cuestan los inicios, esas entradillas que, como en una crónica de fútbol de las que acostumbraba a hacer en España, resumen o sentencian. Aquí es distinto porque esto solo es el inicio de una historia encargada, por fascículos, con periodicidad dependiente de un guion que desconozco, porque cada día es una aventura.

Soy de La Virgen, sin la coletilla jacobea, aunque pocos me conozcan –los autóctonos, por supuesto-. Este pueblo ha emergido tanto en los últimos años que me siento casi extranjero cuando soy visitante, como si fuera de Trobajo del Camino, porque en Trobajo tuvieron piscinas municipales mucho antes que nosotros y éramos nosotros los que emigrábamos a mojarnos allí. Y en La Virgen, quedan los de siempre, esos personajes públicos, más que personas, que sostienen una esencia a la cual, los que somos más veteranos, estamos más asidos. Un abrazo, un apretón de manos o un beso… antes de preguntas y respuestas que nos llevan siempre a los recuerdos de los padres, de la familia, de los amigos… Policías, taberneros o funcionarios, en definitiva, virginianos con un ADN esculpido entre una historia que les ha mantenido fieles a unos orígenes que algunos traicionamos huyendo, empujados laboralmente, y otros por decisión propia –dudo que obligados porque a los de La Virgen nadie les obliga a nada-.

Yo  fui a caer, actualmente, muy lejos, a 7425 kilómetros -sospecho que Alvar Simón no lanzo  la piedra con tanta fuerza-. Pese a ser el pastor de Velilla, quiso hacerlo bien cerquina, al lado del Villa Adela, para hacernos sentir patria sin cruzar océanos y mares, que para eso seguro que manaba agua La Fuentina ya por entonces. Volviendo al tema, a tanta distancia, en Tulsa (Oklahoma), me encuentro mostrando el linaje de los que somos de La Virgen.

Y me presento: Soy Ángel, el hijo de Olegario y Carmina, hijo de guardia civil y de La Droguera (regentaba la droguería que había sido de mis abuelos al lado del actual Scotland y de la carnicería de Joaquina y Manolo, los abuelos de Isma e Iván). Uno de los que, cuando éramos niños, llamaban repetidos, por tener un hermano gemelo, Javi, y hermano menor de Luis, que desde que radia al Sporting de Gijon en El Molinón ha olvidado que en sus orígenes era osasunista. Con estos datos, seguro que alguno ya nos pone caras (en mi caso, calva). Ayudé, pocas veces, en la tienda a mi  madre, fui vendedor de velas, árbitro, escribí en aquella Crónica de León que Martínez Núñez se cargó hace pocos años, trabajé incluso en la cárcel cuando estaba enfrente del CHF… hasta que decidí ser maestro, primero en minúsculas y ahora con buena letra, con una cursiva modelada tras quince años por las  aulas. Nunca pensé serlo. Ni cuando estudiaba en la Universidad. Estudiaba por el compromiso de hacerlo cuando la motivación que nos mantenía aferrados a la realidad eran aquellas putadas y julepes diarios en el Montreal de Casimiro o las salidas nocturnas de los viernes por el Húmedo (de los míos de entonces, alguno recordará todavía a aquel que estudiaba derecho, jugaba a las cartas y unas veces ganaba y otras perdía. Y encima, del Athletic, para más señas).

Mi padre quería que estudiara y yo era feliz con lo que hacía. Así que me matriculé en Educación Especial, rama de magisterio, y allí iba todas las tardes compartiendo batallas en el autobús con Francis Cerezo, ahora alguacil del pueblo, porque de los conocidos éramos los dos únicos que estudiábamos en turno de tarde (¿te acuerdas Francis?). Aquello, a la larga, se ha convertido, en clara discusión con el periodismo que estudiaría años más tarde en Murcia, en mi pasión y en el motivo por el hoy comienzo a mostraros mi vida, a todos los niveles, pero sobre todo como maestro en EEUU.

Volviendo al tema. Este verano, cuando me despedía de mis más de veinte años de La Virgen –un par de paseos para ver lo que han construido aquí, lo que había antes allí, o donde ha ido a vivir aquel vecino que antes solía…, en fin, adioses enlatados-, en una de mis visitas al ayuntamiento para recopilar fotos del pueblo, Víctor me propuso que, una vez adaptado al lugar (creo que es más propio adoptado por el contexto, a veces, engullido), escribiera algo para la web del pueblo, una experiencia que os hiciera cercanos, aunque insisto que apenas conozco a los virginianos actuales. Y como soy hijo de guardia civil, aunque jubilado, de aquellos que todavía recitan de carrerilla su artículo cuarto (“Siempre fiel a su deber, sereno en el peligro y desempeñando sus funciones con dignidad, prudencia y firmeza…”) pues aquí estoy para moldear en silabas y palabras un choque a todos los niveles: cultural, social, laboral… más grande del que pensamos cuando nos creemos parte de una Europa que dista un mundo de mi realidad actual.

Y acabé en Tulsa, tierra de indios y petróleo, casi en el centro geográfico (está en Kansas, un poquitín por encima) de un país al que le faltan poco kilómetros cuadrados para ser como Europa en tamaño. Una ciudad de cuatrocientos mil habitantes, la segunda del estado tras Oklahoma City, la capital. Cada estado aquí funciona como un país, como los reinos de taifas en los que se ha convertido el nuestro tras el reparto autonómico del 78 pero con un sentido de pertenencia al mismo y un patriotismo tremendo (a nadie se le ocurra silbar al himno porque intuyo que le apedrearían, además de ser delito en un estado donde hay pena capital y cualquiera puede llevar un arma).

Pues bien, con esta introducción tan sentimental, comienzo una exposición de motivos que ni imaginaba cuando era chaval. Delante del teclado me acuerdo de los que fueron míos en La Virgen, de aquella pandilla de imberbes que vivíamos locos por el fútbol, de chavalines, y fuimos mutando en la adolescencia por las chicas y la Tropicana, por el botellón y Valencia de Don Juan, por las fiestas universitarias… Mi hermano Javi, Dani, Charro, los policías Óscar Y Ramiro, Rubenito, Isma… de todos y con todos, y de alguno que seguro me olvido hubo historias compartidas. Ahora os  mostraré la mía por Oklahoma.

(Próximamente más. mucho más)

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